BIOGRAFIA Y RECUERDOS DE MIS PADRES:

CUADRO ESQUEMATICO

expresivo de los hijos habidos en la unión matrimonial celebrada entre mis abuelos paternos, según se expresa seguidamente y por el orden en que se hace constar en cada uno de ellos

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Joaquín Ferrer Martín - Torre de Arcas (1860)

Pascuala Alaber Borrás - Castelserás

CUADRO ESQUEMATICO

expresivo de los hijos habidos de la unión matrimonial celebrado entre mis abuelos maternos según se expresa seguidamente y por el orden que se hace constar en cada uno de ellos:

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 Mariano Gauchola Antolín - Ráfales (1832)

Salvadora Cuartielles Bel - Ráfales (1850)

BIOGRAFIA Y RECUERDOS DE MIS PADRES:

No me resulta nada fácil empezar la descripción y relatos de hechos y recuerdos concentrados en mi mente para que una vez tomado el ovillo desordenado y revuelto en mi memoria, pueda, agudizando al máximo mis sentidos, tirar lentamente, y extraer de manera ordenada y cronológica, según se sucedieron, o al menos se registraron en el ordenador de mi cerebro y que a pesar de los tiempos, perduran en mí con claridad y luz suficiente, para dar fe de cuanto expreso y relato de mis padres, aunque quizá que, dejado llevar por el excesivo amor que les profesé y la nostalgia que su recuerdo embriaga mi corazón, ponga en algún relato el sentimentalismo propio de un hijo agradecido.

Y así, intentando penetrar en el infinito de mis recuerdos, llego a la conclusión de haberles conocido y querido intensamente, desde el momento mismo de haber sido concebido, si bien su imagen y presencia física , no se graba en mí, hasta haber cumplido los tres años de edad en que, afectado por la enfermedad de la viruela, contagio que se extendió por los pueblos de la comarca y que también mi padre y mi hermano Juan José, la sufrieron, aunque de forma mas benigna, recuerdo perfectamente la sed que sentí durante esa enfermedad. Sólo sentía y deseaba coger el botijo y el cántaro de agua hasta agotarla. Y fue entonces precisamente cuando, abierta la luz en el infinito de la obscuridad, penetran a cámara lenta las imágenes de mis progenitores e instintivamente se pone en marcha en el complicado sistema de la audición, que se graban a perpetuidad, la imagen y la voz de los que me dieron la vida, y con los que me sentí plenamente protegido e identificado, especialmente por mi madre.

Mi padre y mi hermano Juan José, curaron rápidamente de la viruela, y mi hermano Melchor se libró de esta enfermedad porque se encontraba con la abuela paterna en Torre de Arcas, donde residía, sino de manera fija y estable, al menos sus estancias parece que eran frecuentes.

Mi padre, Juan Pío Ferrer Alaber, nació en Torre de Arcas, provincia de Teruel, el día 11 de Julio de 1.885, Hijo legítimo de Joaquín Ferrer Martín, de Torre de Arcas (Teruel), y de Pascuala Alaber Borras, de Castelserás (Teruel), nieto por línea paterna de Roque Ferrer Martín, de Torre de Arcas (Teruel), y de Florentina Martín Ibáñez, de Torre de Arcas (Teruel), y nieto por línea materna de Antonio Alaber Lop. de Castelserás (Teruel) y de Sinforosa Borrás de Ráfales (Teruel).

Su inscripción consta en la sección I, Tomo 3, folio 28, de Registro Civil de Torre de Arcas (Teruel), siendo Juez Municipal Dn. José María Iñigo Campos, y actuando de secretario Dn. Antonio Ferrer Guarc, y como declarante, Joaquín Ferrer Martín, como padre del nacido, y con domicilio en la calle mayor n. 15 de aquella villa, siendo testigos de su nacimiento Dn. Gregorio Valero, natural de Jarque, domiciliado en Torre de Arcas y maestro de primera enseñanza; y Dn. Francisco Ferrer Martín de profesión carpintero, y natural y vecino también de Torre de Arcas (Teruel)

Su composición física puede describirse así: de estatura normal, cara redonda, pelo canoso, ojos mas bien azules, y de buena constitución física, presentaba la huella de una cicatriz en la nariz producida por un golpe que se dio contra la barra trasera de un carro al que conducía de joven en Francia, donde, según sus propios relatos, permaneció durante algún tiempo.

Mi madre, María Gauchola Cuartielles, nació en Ráfales, provincia de Teruel, el día 3 de agosto de 1888, hija legítima de Mariano Gauchola Antolín, y de Salvadora Cuartielles Bel, ambos naturales y domiciliados en Ráfales (Teruel), calle de Jesús numero 5, nieta por línea paterna de Pascual Gauchola y Manuela Antolín, ambos naturales de Ráfales (Teruel); y por línea materna de Mariano Cuartielles y de Bernarda Bel, ambos naturales y domiciliados que fueron de Ráfales (Teruel).

Su inscripción consta en la sección I, Tomo o Libro 4 folio 43, del Registro Civil de Ráfales (Teruel), siendo Juez Municipal Don Esteban Gómez Vidiella, Y actuando de Secretario Dn. Mariano Albesa, y como declarante Dn. Mariano Gauchola, como padre de la niña, habiendo asistido como testigos del nacimiento Dn. Mariano Antolín y Dn José Peris, ambos casados, labradores, mayores de edad, naturales y vecinos de Ráfales (Teruel).

La constitución física de mi madre era mas o menos así: altura la normal en una mujer, 1'62 a 1'64 m; de talla y cuerpo delgada, su cara ligeramente alargada; nariz fina, sin ser aguileña; pelo castaño oscuro, y rostro muy favorecido y agraciado; de piel blanca y muy fina. De carácter risueño y alegre, afable en su trato y amante y cariñosa para con todos, especialmente con toda la familia.

Nunca oí hablar ni comentar a mis padres ni a ninguno de mis tíos, de la razón o causa por la que mi padre se trasladó a Ráfales y de como accedió a la propiedad de la casa donde todos nacimos.

Lo que sí sé y me consta como cierto, es que anteriormente perteneció a un sacerdote, familiar o no, la cedió testamentariamente a mi padre, o a los abuelos paternos, y en el que se incluían otros bienes rústicos; yo leí ese testamento en casa de mi hermano Melchor, sin que me fijase demasiado en su contenido.

Y estando allí, trabajando, ya carpintero, contrajo matrimonio canónico en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, el día 19 de Octubre de 1.912, oficiando la ceremonia el presbítero Dn. José María Roca Bigel, cura regente de la referida Iglesia, a la edad de 27 años, con mi madre de 24, ambos solteros y vecinos de Ráfales.

El acta de matrimonio se halla inscrita al Tomo 4 folio 68, del Registro Civil de Ráfales, siendo juez Municipal Dn. Antonio Bel Serrat, y Secretario accidental Dn. Benito Gerona, siendo testigos de dicho acto Dn. Tomás Vicente Segura y Dn. Eduardo Vicente Segura, ambos mayores de edad y vecinos de Ráfales provincia de Teruel.

Como dato curioso de hacer constar es el de que en la citada acta, se diga que al acto asistieron las madres de los contrayentes.

De joven mi madre estuvo en Barcelona algún tiempo, no se cuanto ni en que trabajo, pero nos contaba cosas del mar, del muelle y del monumento a Colón y otros conocidos de la Ciudad Condal, que luego yo vería y conocería personalmente.

Estaba dotada de una extraordinaria y maravillosa voz, con la que nos deleitaba frecuentemente, mientras realizaba algún tipo de trabajo propio del hogar. Aún parece sonarme al oído el eco de sus canciones lanzadas a los cuatro vientos con gran potencia y vigor, a todo pulmón, al ritmo y compás del "sedas", o cedazo que ella misma accionaba dentro de la artesa de madera, mientras separaba el salvado de la harina, con la que luego haría el pan que, durante ocho días sería uno de los indispensables alimentos de la familia.

Algunas de las cualidades de su potencial y magnifica voz, por suerte la heredaron mis hermanos Juan José y Pascuala, ambos se dejaron oír con verdadero placer y embeleso; y por que no, hasta yo hice mis pinitos hasta los 18 o 20 años en que empecé ya a notar la decadencia. Recuerdo que un año durante las ferias que en mi pueblo se celebraban siempre el 11 y 12 de Noviembre, no tendría mas de 8 años, en el café del Hostal de Arrabal, a petición de mi padre estuve cantando muchas jotas y otras canciones aprendidas de mi madre. Los elogios recibidos en aquella noche de todo el personal que llenaba el local del café, en gran parte forasteros, hizo que, quizá por primera vez, me sintiera inmensamente feliz; ¡un campeón! decía mi padre, un superdotado con voz de trueno; pero muchísimo mas feliz se sentía aquella noche mi padre, orgulloso por las satisfacciones dadas.

Una de las grandes aficiones sentidas por mi padre, y de las que fue gran experto fue la pesca de río; con caña, con red, con manguera y a mano. Para todo lo cual, le vasto unos anzuelos, con o sin sedal, una caña o un palo, un saco abierto y una red que se hacía él mismo; las especies que pescaba eran la únicas que se daban en el río Trastavins, en el termino de Ráfales y el Mezquin y Guadalope, en término de Castelseras, el barbo y la 'mandrilla'. También sintió gran debilidad por la pesca de la rana que en ocasiones traía muchas y que a todos nos gustaban.

Yo fui muchas veces con mi padre a pescar, no porque me gustara sino para protegerle de la Guardia Civil que, si bien por aquel entonces, no se vigilaba como ahora, como ya era ilegal la pesca con artes o aparejos distintos al tradicional de la caña y lombriz, me llevaba para, en su caso, alertarle de su proximidad.

Nunca he llegado a saber porqué mis padres con cuatro hijos legítimos -el mayor Melchor, de 9 años-, y otro sólo de meses, procedente de la Beneficencia de Tortosa, se trasladaron a Castelserás, pueblo oriundo de mi abuela paterna, y en el que mi padre tenia mucha familia, sobre todo primos hermanos.

Puso el taller de carpintería en la Venta del puente sobre el río Mezquín en dirección a Alcañiz y donde prácticamente hacíamos la vida. Yo tendría entonces 6 años, mi hermano Juan José 4 y Ricardo 2, hermano este que falleció allí como consecuencia de unas quemaduras producidas al prendersele fuego en su ropa y no sabérsela quitar. Yo estaba ese día en al Venta con mi madre y mis hermanos. Le oí llorar, pero creyendo que se lo comían los lobos, en lugar de ir a la cocina donde estaba llorando, me fui corriendo a donde estaba mi madre lavando a unos 50 metros en el río Mezquín y se lo dije. Si que se subió corriendo pero, aunque con vida, tan grave era su estado que a los dos o tres días del suceso falleció mi hermano, con el remordimiento siempre de considerarme un tanto culpable por no haber entrado yo de inmediato a la cocina a socorrerle y en su caso haber llamado a mi madre de viva voz para que subiera, en lugar de haber ido yo al río a contárselo. Recibió cristiana sepultura en el cementerio de Castelserás, donde aún ahora transcurridos 66 años de aquel día, con ocasión de unos días de estancia en Castelserás, y de haber examinado detenidamente la fatídica Venta, el lugar del río donde estaba mi madre y por último el cementerio, no pude evitar unas lágrimas por aquel hermano a quien vimos todos como se iba muriendo y por último unas oraciones por su eterno descanso.

Unos días antes a lo anteriormente relatado, nos habían estado contando, no recuerdo quién, unos cuentos de miedo y en los que los lobos se comían a los niños, Por eso el miedo que yo tuve.

Parece ser que poco antes del desplazamiento a Castelserás, había ocurrido en casa un acontecimiento excepcional, extraordinario, fuera de lo normal. Mi madre había dado a luz, prematuramente, a tres niñas. Las tres nacieron con vida, aunque no la suficiente para su inscripción al Registro Civil. Que por el propio médico que la atendía en el parto y de común acuerdo con mis padres, ignoro si con intervención del Sr. Cura, al saber que iban a morir de inmediato, se las bautizó con los nombres de Fe, Esperanza y Caridad.

Y como parece ser que por aquel entonces se pagaba bien el criar a niños depositados en Beneficencia, mi madre, que a todos los hijos nos había criado a pecho y en abundancia, tomaron entonces uno.

Se llamaba Santiago y estando en Castelserás, un señor que nos visitaba frecuentemente, mostró en todo momento y en cada una de sus visitas, un interés especial por verle y la forma en que se criaba. Decídase ser viajante vendedor de joyas, y casi siempre daba algo para mis padres y para Santiago. Ni a mis hermanos ni a mí, nos dio nunca nada. Por todo eso en mas de una ocasión oí comentar a mis padres que aquel Sr. debía ser el padre de Santiago, o al menos alguien muy particularmente interesado en el niño.

Volvimos a Ráfales, sin Ricardo, y al poco tiempo, cuando Santiago iba a cumplir dos o tres años, no sé exactamente, por qué, sino se adoptaba como hijo, había que devolverlo a Beneficencia; con gran sentimiento y dolor de todos los de la casa, un amanecer, mi padre, lo devolvía a la casa de donde lo sacaron en Tortosa.

Unos años mas tarde, 4 o 5 quizá, volvían de nuevo a la Beneficencia a buscar otro, esta vez era una niña, ¡ Como la recuerdo! Se llamaba Elena Boatella Mas, y como Santiago, al cumplirse el tiempo reglamentario, acordaron devolverla a su procedencia. Eramos ya cuatro hermanos en casa, aparte de ella, a todos nos dolía profundamente, especialmente a mi madre que, con lágrimas en los ojos, apenada y dolida por la separación, recuerdo que decía una y otra vez: "Nunca mas cogeré a ninguno para criarlo, si luego he de devolverlo", y es que tanto ella, como mi padre y todos los hermanos, ocho días antes de devolverla y muchos después, nos sentíamos tan afectados, que no se podía repetir otra vez.

En casa, mi padre, siempre trabajó de carpintero pero hubo un tiempo en que, siendo yo muy pequeño, alternaron esa actividad con la venta de comestibles y recuerdo esto porque un día que yo comía cacahuetes tomados de un saco de la tienda de casa; así sin mas ni mas, los otros chicos, si querían, tenían que pagar una "perra pequeña", (cinco céntimos), moneda esta de cobre y no al alcance de cualquiera, para conseguir una medida de madera de forma cilíndrica y llena a rebosar, que justo venia si se llenaban las dos manos juntas abiertas.

Muchas han sido las anécdotas y peripecias oídas contar a mi padre siendo yo mayor, ocurridas en sus desplazamientos o distintos pueblos de la comarca, especialmente a Valderrobles y Alcañiz, con caballo, de donde se suministraba, para el abastecimiento de la tienda de comestibles que instalaron en casa y su venta al detall; dedicación esta que tuvieron que abandonar por no poderla atender debidamente. La carpintería por una parte y el crecido numero de hijos por otra justificó la causa.

De público y general conocimiento en Ráfales era el que mi padre, tuvo carro antes de haberse construido ninguna de las dos carreteras. Se fue subiendo los hierros y aparejos de Valderrobles y el resto todo con madera de encina y roble se lo construyó y armó en casa, y terminado se fue, con este y un burro entero, iba por aquellos caminos, aquí me caigo, allá me levanto; pero siempre llegó y transportó lo que deseaba. Siempre llevaba en el carro un pico, un azadón y un mallo.

Creo es el primer domingo de Septiembre de cada año, cuando se celebran la ferias de Valderrobles, de considerable importancia comercial agropecuaria, y gran afluencia de personal de todos los pueblos del partido judicial y de la zona de Tortosa a la que se encuentra muy cerca, y mi padre asistía a ellas cada año con el caro repleto de aperos propios para la labranza, como el yugo, la 'polligama', el 'carmatimo', los 'camelles' y 'tafarres'; y otros propios del hogar, como mesas pequeñas de cocina, banquetas, sillas, carneras con tela metálica y otros de poco volumen. El primer año que recuerde me llevara, tendría 8 o 9 años, y me sorprendió le conociera y saludara tantísima gente, pues hasta parecía que yo mismo me sentía gratamente impresionado por la popularidad y el buen prestigio de que gozaba mi padre entre las gentes de todos aquellos pueblos. Y fue precisamente ese año cuando, para que mejor lo recordara, me compró el juguete mas bonito y de mayor ilusión que tuve en mi infancia. Se trataba de una tartana con toldo y un caballo tirando de ella, toda metálica, maravillosamente pintada en colores, que para mí era como una joya de gran valor.

Mi madre que en principio parece haber tenido un paso por el mundo de los que no dejan historia, ni nada relevante que contar, que sólo en su juventud salió de casa y en contadas ocasiones: una, la primera, siendo soltera, a Barcelona a trabajar.

Luego de casada ya con mi padre, fueron a varios pueblos de la comarca; uno de ellos Zorita del Maestrazgo (Castellón), a las fiestas de la Virgen de Balma, de cuyo santuario, nos contaba de pequeños la multitud de personas que acudían todos los años a sus fiestas mayores para celebrarlas con verdadero espíritu y devoción cristiana; otros muy devotos de la Virgen, acudían desde los mas remotos lugares para ahuyentar de sus cuerpos los espíritus malignos. De cómo oraban los que estaban enfermos. De las voces y gritos que en actitud de plegaria exhalaban misericordiosos los que creían estar poseídos por el demonio. De como otros tumbados, rodaban y se retorcían con agitadas y violentas convulsiones por el suelo, áspero y rocoso de la Cueva

Santa, para desprenderse mediante el sacrificio y la tortura de los males que creen que les hacen otras personas, por medio del encantamiento, el hechizo, el espiritismo endiablado, o la aparición de duendes. De la gran cantidad de monedas de a "duro"; moneda entonces de plata de ley, que los fieles depositaban detrás de unas rejas existentes cercanas a la Virgen de la Balma, en cantidad tal que se podían recoger con un azadón y llenar varias espuertas.

Era en realidad, y añadiría que por vocación, una mujer de casa, hacendosa, diligente y pulcra; una buena madre, con un corazón enorme y lleno de amor y cariño para todos y cada uno de nosotros, a cuyo trabajo y dedicación se entregó en cuerpo y alma.

Casada con mi padre en 1.912, poco después de los nueve meses nació Melchor, tres años mas tarde nazco yo, Joaquín,; a los dos años siguientes nace el tercero de los hijos Juan José; un cuarto hijo Ricardo, nace un año y medio después; en el año 1.922 o 1.923, ocurriría el triple alumbramiento ya citado, en 1.924 nace mi hermana Adoración; poco tiempo mas tarde creo nació otro o se malogró; en 1.925, otra niña Pascuala, viene a engrosar las filas de la familia Ferrer-Gauchola; finalmente en el año 34 o 35 nació otro niño al que pusieron por nombre Rafael, falleciendo a los 5 o 6 meses de edad y que no llegué a conocer por estar entonces en Barcelona.

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Cuando en Noviembre de 1.930 me mandan a Barcelona, cuando me disponía a montar en el coche, me sorprendió que tanto mi madre como mi padre, se pusieron a llorar, como si me perdiesen para siempre. Fue esta, y que recuerde, la primera vez que vi llorar a mi padre, y vi en sus llantos tal sentimiento y tristeza por mi ausencia que el recuerdo de aquellos momentos influyeron en mi vida en muchas ocasiones de forma positiva. parece como si fuese aquella vez la primera demostración de amor y cariño que se me manifestaba de manera oficial, en público, pero tan sincero y profundo que aún mantengo en el recuerdo la imagen de los dos como si de ayer mismo se tratase. No recuerdo si yo y en aquel instante si también lloré, pero lo cierto es que me impresionó de tal forma que desde entonces he podido calibrar la profundidad del sentimiento y amor de los padres hacia un hijo que, aún cuando quedaban con ellos cuatro hijos mas en casa, el que por mi y en aquel instante me demostraron no era compartido con nadie mas.

Volví a casa tres años después con 10 o 12 días de vacaciones para las fiestas patronales y tanto mi padre como mi madre parecían sentir hacia mi un afecto y unas atenciones especiales; me veían tan cambiado, tan distinto en la forma de vestir, especialmente en mi comportamiento, ¡sólo hablaba yo! Ellos, y mis hermanos, conmigo en casa, éramos la familia mas unida y feliz del mundo. Se sentían tan orgullosos de mí que mi satisfacción no tenía límites. A mis hermanas Dora y Pascuala les traje una muñeca a cada una; al padre un par de paquetes de tabaco picado, Ingles marca "Gener", el mejor que había entonces, según mi tío Daniel que fue quien me informó al respecto. Otros dos paquetes de tabaco y de la misma marca había traído para el que fue mi único y gran maestro de escuela Don Alejandro Pérez Alonso, de Palencia, de quien aún ahora, guardo gratitud y respeto a su memoria.

Ese mi primer año de vacaciones en casa, fuimos mi padre y yo en carro a Alcañiz, tomamos un vaso de vino en una taberna a la entrada y mientras comía el caballo, él fue a ver al abastecedor de madera y resolver o liquidar pedidos anteriores, entonces nos fuimos a Castelserás, a casa del tío Martín, primo de mi padre, allí cenamos, dormimos y al día siguiente, con el carro a casa, por Torrevelilla, y Belmonte de Mezquín. Durante ese viaje mi padre y yo solos, recuerdo que me habló mucho de su juventud y de sus hermanos sin que recuerde de qué, pero si de la emoción que ponía en sus relatos y tal y como los iba exponiendo parecía vivirlos de nuevo; en resumen viaje largo pero distraído y feliz para ambos.

Posteriormente año tras año, hasta 1.936 inclusive, pasaba con ellos y mis hermanos diez o doce días en fiestas patronales y tanto unos como otros, y en medio de un humilde estado económico en que se encontraba mi casa, me di cuenta quizá por primera vez, de lo inmensamente feliz que se vivía en casa.

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Jamás oí entre mis padres una voz mas alta que otra, ni discusiones en serio, ni siquiera enfados manifiestos, y eso que para el caso estaban todos los días juntos, ya que el taller de la carpintería donde trabajó siempre mi padre estaba en la planta baja de nuestra vivienda; si por mí hubiera sido no me hubiera vuelto nunca mas a Barcelona; allí mis padres y mis cuatro hermanos vivían tan unidos, tan alegres, tan en familia que, sólo cuando la pierdes sabes lo que vale y representa. No recuerdo en mi existencia una época tan dichosa y feliz como aquella.

En Agosto o Septiembre de 1.937, y como comprendido en el reemplazo del citado año, tengo que incorporarme, con carácter forzoso, a las filas del Ejercito del Estado de la República, en guerra entonces contra las fuerzas armadas sublevadas y al mando del General Francisco Franco Bahamonde. Incorporado en Barcelona, me pasaportan a la Caja de Reclutas, habilitada en Alcañiz, lo comunico a casa y al día siguiente se presentó mi padre con un paquete de comida y un encargo muy especial de mi madre; se trataba de un diminuto envoltorio de tela blanca, de tamaño algo inferior al de una moneda de cinco céntimos, y que al entregármelo me dijo con voz confusa y entrecortada: "Tu madre me ha dado esto para que, cosido entre el forro y la tela del pantalón lo lleves siempre encima mientras dure la guerra". me abrazó fuertemente y con lágrimas en los ojos nos separamos sabiendo ya que yo iba a Madrid y al cuerpo de transmisiones.

El volvió a casa para consolar a mi madre y a mis hermanos, yo me iba a la guerra con la duda de si volvería a verlos. Cumplí al pie de la letra las instrucciones y recomendaciones de mi madre; en aquel pequeño envoltorio había una medalla de la Virgen del Pilar, y un trocito de tela con el que, según mi madre, llevaba adherido al nacer y considerándolo esto como milagroso y presagio de larga vida, llevé cuidadosamente guardado y con la debida reserva, aquella medallita y la entretela de sus entrañas que, con tanta fe y devoción me recomendó que llevara. Y tal fue la fe, moral y fortaleza, que con su intencionalidad supo imprimir en mis sentidos y en mi ánimo que en ningún momento temí por mi vida.

Según iban avanzando las fuerzas sublevadas a las órdenes del General Franco, mas bien denominadas "Fascistas", en dirección a la tierra Bajo-Aragonesa, zona esta a la que pertenece mi pueblo, Ráfales, y en el que se encontraban mis padres y mis dos hermanas, Dora y Pascuala de 13 y 9 años respectivamente, ya que tanto Melchor, como Juan José, se habían incorporado también a filas del Ejercito del Gobierno, y ante la inminente ocupación de los pueblos en ella comprendidos, la población civil, en un porcentaje muy alto, conocedores de las fechorías y atropellos que cometían las fuerzas de choque, compuestas por moros y brigadas internacionales, mi familia como muchas mas evacuaron el pueblo y se trasladaron a Sabadell, donde residían una cuñada y dos sobrinas de mi madre. Allí se les facilitó pronto vivienda independiente y trabajo para mi padre en una fábrica de armas para la guerra y donde permanecieron hasta que, ocupado también por las fuerzas de Franco, y no temiendo represalias de ninguna clase, en lugar de procurarse un trabajo en aquella localidad tan industrialmente avanzada, prefirieron volver a su tierra natal, donde rehicieron su vida anterior, pero ahora sin Dora que se quedó trabajando en Sabadell.

Al término de la guerra, en Abril de 1.939, tanto mi padre como mi madre, conocen por una parte de la muerte en acción de guerra y como consecuencia de las heridas recibidas en el campo de batalla de su tercer hijo Juan José.

Por otra, la detención y encarcelamiento a los pocos meses de mi hermano mayor Melchor, por su participación obligada como carpintero en el derribo de cuanto existía en el interior de la Iglesia Parroquial del pueblo, que luego se convertiría en un gran almacén de productos agrícolas, y en el que participaron profesionales como carpinteros, herreros y albañiles, sin tener en cuenta su ideología política; a todos sin exclusión, les mandaron; todos obedecieron con mas o menos agrado, pero en definitiva obligados; y por esa participación fue condenado a, (no recuerdo exactamente si) a tres o seis meses y un día, condena que cumplió en la cárcel de Alcañiz; allí lo visité en una ocasión de las muchas que entonces iba por casa, le llevé un paquete de comida que le había preparado la madre; pero por encima de todo y lo que mas agradeció fue la presencia real y física nuestra, en aquellas circunstancias en que, sabiendo la falta y necesidad que hacía en casa, por culpa de unos pocos, según él y mis padres, el carpintero de la calle de San Roque, el "Pos Pos", por su forma de tartamudear, y que fue su principal denunciante, creemos que por aquello de la competencia y envidia profesional. Me recibió con un fuerte abrazo, con una manifiesta explosión de alegría y contento; por unos momentos se sintió inmensamente feliz, pero luego ... llorando los dos, a la voz de "Se acabó la visita", nos separamos nuevamente. Hice el viaje en bicicleta, en la que unos años antes yo le había dado, pero al llegar a la carretera de Ráfales y frente al Mas de Sémola, se me metió la rueda delantera en una carrilada de carro, y como era cuesta abajo y buena la velocidad, aunque pude hacer uso del freno, el batacazo que me di fue de órdago. Caído y al borde de un terraplén de la carretera, me mantuve inmóvil durante varios segundos pensando si me habría roto algo; con cierto temor y lentitud empecé a mover la cabeza, los pies y las manos y en vista que todo iba bien cogí la bici un tanto maltrecha y como pude llegué a casa. Mi madre me dio unas friegas con un mejunje que preparó en poco tiempo, y me acosté con fuertes dolores por todo el cuerpo, especialmente en el hombro izquierdo y pierna del mismo lado. Pero se produjo el milagro; mi madre al terminar las friegas me dijo, arropándome como solo una madre sabe hacerlo: "Ahora a dormir y mañana como nuevo". y así mismo ocurrió, amanecí al día siguiente lleno de moraduras y cardenales pero sin dolores. Y es que mi madre era mucha madre cuando alguno de sus hijos necesitaba de ese "Beso de curasana" secreto, milagroso y sobrenatural que muchas madres poseen, pero ella lo tenía en profundidad y en grado superlativo.

Otro revés serio ocurrió a mis padres estando yo en Barcelona y que no supe sino de mayor. Ignoro porqué pero necesitaban dinero y lo tomaron de "Casa Betatani", a crédito y por cuatro años, de forma tal que, si llegada la fecha de su vencimiento no se había devuelto su importe principal mas intereses se procedería al embargo de nuestra casa y por tanto al desalojo y alzamiento de la misma si había lugar. Según supe unos meses antes del vencimiento del principal mi padre estuvo con "Gali", yerno de "Casa Betatani" y acreedor a su vez de la deuda de mis padres para convenir una prorroga en su devolución; llegando a un acuerdo verbal condicionado a poder dejar paja en los corrales de casa y satisfacer con puntualidad los intereses convenidos; pero llegado el momento de la verdad, un día antes del vencimiento inicial escrito, les comunicaron que si no se devolvía el préstamo íntegramente,- creo que era de cuatro mil pesetas - mas intereses de un año, iría al Juzgado para echarles de casa.

Mi madre tuvo que intervenir y no poco, a fin de evitar que mi padre cometiese algún desaguisado en la persona de "Gali" o en la suya propia, por considerarse vilmente traicionado. Ese mismo día resolvían la papeleta así: un familiar de mi madre llamado Pascual, de mote "Set dits", y de acuerdo con su mujer llamada Juana, convinieron la permuta de nuestra casa por la de ellos abonando a mis padres en metálico el importe de la deuda mas intereses de un año. Pero aún así nunca he sabido porqué la escritura del Sr. Pascual a nuestro favor, se puso a nombre de mi hermano Melchor, y no al de ellos. Es cierto que esa escritura de compra-venta privada, según me contó un día mi madre, una noche mi padre, arrepentido de lo que habían hecho o sospechando de que la existencia de aquel documento podría dar lugar a un enfrentamiento entre hermanos, se levantó de la cama y la quemó.

Al preguntarle mi madre a que se había levantado y encendido cerillas en el fuego, y responderle con evasivas, mi madre lo sospechó, y me dijo que al día siguiente encontró en la plancha del fuego, láminas y residuos de papeles quemados. Así me lo contaba poco después de haber fallecido mi padre. Pero como creo conocerla bien, de su información saqué la siguiente conclusión: Que los dos pensaban igual, que la casa nadie nos la iba a quitar y que sin ese documento los hijos todos serían iguales y para quitarse una pena de encima, un día, o una noche, pero que de común acuerdo, la quemaron, y hasta creo que después de destruida, de satisfacción se convidaron y se dijeron: ya podemos dormir tranquilos.

Cuando yo tuve conocimiento del cambio de una casa a otra estaba en Barcelona, y fue tan profunda la pena que sentí, que se me fueron hasta las ganas de ir al pueblo.

Al terminar la guerra civil y después de dos o tres semanas por campos de concentración militar volví a casa en espera de una estabilización y normalización en todos los aspectos de la vida española; entre tanto me decido a ayudar a mi padre en la carpintería por cuanto el cepillo, sierra o martillo, la raspa barrenas y formones me resultaban tan fáciles en adaptación y empleo, por el uso, aunque discontinuo, desde mi mas tierna infancia que, pronto me convertí en un aprendiz adelantado de mi padre, con quien colaboro y ayudo al sostenimiento de los gastos familiares. No obstante de vez en cuando me desplazo a Barcelona para ver si puedo volver allí a trabajar, y a la vez me repongo de dinero que preciso para mis mas elementales necesidades, ya que el padre cobraba en importe de muchos de los trabajos en especie, y en muchas ocasiones no había una "gorda" en casa.

Un día oí que un Sr. forastero decía a mi padre que precisaba el dinero con toda urgencia y a lo largo de la conversación comprendí que se trataba de una deuda contraída para poder volver ellos de Sabadell al pueblo, su importe era de quinientas pesetas. No había dinero en casa, pero como yo aún tenía mis ahorros en la Caja de Barcelona, le dije a mi padre que al día siguiente iba yo a por el dinero y que se lo llevaríamos a su propia casa; así resuelto ese problema se fueron ambos a la taberna y seguro se convidaron recíprocamente a sendos vasos de vino. Dos o tres días mas tarde saldaba yo personalmente aquella deuda en una masía del termino de Valderrobles.

Entre tanto, yo en la carpintería me iba afianzando y tomando confianza en el oficio, ya se poner mangos, hacer sillas, encordarlas, carneras, banquetas, mesas redondas, y un montón de cosas mas, claro que siempre supervisado por la inteligente capacidad profesional de mi padre que, haciendo honor a la verdad, gozaba de muy buen prestigio profesional en los trabajos de mayor delicadeza o duración, no sólo en el pueblo sino entre los del contorno.

Y fue quizá durante estos meses de convivencia con ellos, cuando mas me convencí de lo mucho que se necesitaban el uno al otro, del gran amor que se profesaban, de saber compartir en pareja lo bueno que la vida les departía, y en la misma forma, cuando las circunstancias les eran adversas unidos y en la medida de sus fuerzas, hombro con hombro, caminaron sin tregua ni descanso en busca de consuelo, la resignación, la paz del espíritu y del alma.

No quiero decir con ello que tanto uno como el otro fuesen perfectos, no. Se toleraban. No discutían; dialogaban tranquila y pacíficamente. Y hasta creo que cuanto hacían o pensaban hacer lo sometían a consulta entre ambos.

No les gustaba la soledad, pero su mejor compañía fue siempre la propia familia. Mi madre se sentaba en el brancal del carro, o en el peldaño de la puerta de la carpintería a la calle, en particular por las tardes, con su canastilla y poder así, mientras remendaba pantalones o zurcía calcetines, estar charlando con mi padre o alguno de sus hijos. Y así a la hora de hacer la cena, mi madre y mi padre cogían cuatro virutas y cuatro maderas de la carpintería y se subían los dos a preparar la cena; pero esto mismo se hacía de manera habitual y corriente, casi todo el año, por eso entiendo que su amor era tan profundo e intenso que no concebían la vida el uno sin el otro.

¡Pero cuan ingrata y cuantas sorpresas nos tiene la vida! Ellos, que si mi memoria no me es infiel, dieron vida a once hijos, todos ellos habidos en su matrimonio y en únicas nupcias, a finales de 1941 o primeros de l942, por circunstancias especiales; exigencias en otras, o necesidades económicas las mas de las veces, se quedaron completamente solos. Melchor, se había establecido de carpintero en Torre del Compte (Teruel); yo cumplía el servicio militar en Teruel y mis hermanas Dora y Pascuala en Barcelona; la menor con 14 años escasamente. Me imagino que para ellos había de suponer aquella quietud, aquel estar en silencio forzoso e ininterrumpido durante todo el día y toda la noche y así tanto tiempo en aquella casa, la última, la de la calle de la Partdamunt, de planta baja y de dos alturas, de reducido espacio y escasa de habitaciones. Pero que grande y majestuosa cuando en ella se oían entremezcladas las risas a carcajadas, las voces alegres, chillonas, e inconfundibles de una existencia realmente feliz, en este caso de nuestra familia, de la casa Juan Pio, como así se conocía. Aquél andar o correr sin parar, de arriba abajo, y de abajo arriba en casa; aquel querer y no poder imponer seriedad y orden en la casa por nuestros padres, que contagiados a su vez por nuestras alegrías y fechorías propias de gente joven y feliz, terminaban al final, poco menos que hasta jugando con nosotros, especialmente la madre. El padre un tanto mas serio, alguna vez, por entender que no debía perder su principio de autoridad, ni la jerarquía que le imponía su condición de padre y jefe de la familia, daba media vuelta y sonriendo a hurtadillas se bajaba al taller, y desde allí, parecía querer imponerse gritando mas o así: "Ahora subo yo" Pero no subía. Y es que ninguno de los dos eran dados al castigo físico o corporal. Tan sólo una vez, y tendría entonces ocho años recuerdo me pegó mi madre por lo siguiente: Había en los cubiertos de la plaza una paradeta. Cogí un lápiz para preguntar su precio. El señor que los vendía hablaba con otras personas mayores y distraído con ellos no me contestaba a pesar de mi insistencia una y otra vez, pensé que podía meterlo dentro de la bolsa escolar sin darse cuenta y, pensado y hecho. Me fui corriendo a casa y como quien acaba de realizar una gran hazaña, o conseguida su primera victoria, así de contento relataba yo a mi madre con toda clase de detalles la forma en que me había apoderado del lápiz que satisfecho, lo exhibía y mostraba a la madre. Su reacción fue muy distinta a como yo pensaba. Cogió un sarmiento de viña y delante de ella me llevó hasta la paradeta, obligándome a devolver el lápiz en sus propias manos y a pedir perdón, no sin antes haber recibido unos cuantos azotes en las piernas y en el trasero al resistirme sufrir tanta vergüenza y humillación, ante el Sr. maestro y el resto de los chicos de la escuela que aún estaban por allí. Recuerdo que el Sr. maestro puso en muchas ocasiones como conducta ejemplar, la medida adoptada por mi madre en aquella ocasión.

Por otra parte mi padre, recuerdo que solo una vez vi que le pegaba a Melchor por haberle gastado una caja de pistones para escopeta, que no era suya, y es que según él pudo haber causado daños graves a otros chicos, por su fuerte explosión. En ninguna ocasión mas, puso la mano encima de nosotros. Hasta en eso eran condescendientes, tolerantes, pacíficos, buenos ... con un corazón de oro.

Y así era la situación de soledad, de tristeza, de pena por los hijos perdidos y por la ausencia de los otros, el pecho de mi padre, que desde hacía tiempo no respondía a sus deseos y se había de proteger con aquellos parches de "Sor Virginia", y ayudado con aplicaciones de ventosas en el pecho y en la espalda por padecer de bronquitis crónica y asma aguda, un fatídico atardecer del día 26 de abril del año 1.943, estando de codos en la ventana del comedor y sobre las cuatro de la tarde, se sintió mal, se acostó y poco después sin más quejas y al parecer sin sufrimiento manifiesto, dejó de existir. Mi madre que estaba pendiente de él, no esperaba que su estado fuese tan grave y su fallecimiento le parecía increíble.

Sobre las doce horas del día siguiente y estando haciendo la mili en Teruel, recibí un telegrama con la triste e inesperada noticia y pensando que mis hermanas la habrían recibido también, hice el viaje por Tortosa por si me encontraba con ellas y seguir el viaje juntos. Así como lo había pensado sucedió y juntos llegamos a casa después de haber recorrido 20 Km. andando a falta de otro medio de comunicación entre Torre del Compte y Ráfales, por caminos y sendas poco conocidas; yo con la mochila de la mili y ellas con una pequeña maleta y un atillo de ropa por todo equipaje. Llegamos, pero al padre ya no lo vimos. Le habían dado cristiana sepultura en el cementerio católico de Ráfales, el día anterior donde descansa en la paz del Señor.

La madre en cuyo rostro se reflejaba la huella del sufrimiento y el dolor, se sentía reconfortada con la presencia y compañía de los cuatro hijos que le sobrevivíamos; pero Melchor se iba al día siguiente de nuestra llegada. Sus compromisos y obligaciones profesionales así lo exigían. Mis dos hermanas y yo estuvimos 10 días de los que disponíamos, y como mi licenciamiento definitivo, estaba previsto para finales de Mayo y mi residencia, en principio sería allí, donde ella quería estar, nos fuimos los tres el mismo día, dejándola sola, porque ese fue su deseo, dando prueba de gran entereza y resignación.

Melchor que seguía con la carpintería en Torre del Compte y tenía previsto su enlace matrimonial con Antolina, dijo que la madre podría estar con él pero ella dijo que mientras pudiera preferiría vivir sola en su casa de Ráfales. La madre tenia entonces 54 años.

El día 4 de Junio de 1.943, vuelvo yo a casa ya licenciado definitivamente y hasta tanto me voy rehaciendo y ordenando mi porvenir y fortaleciendo los ánimos y el estado decaído de mi madre, me dedico aunque inexperto a trabajar en la carpintería, de la que voy sacando recursos suficientes para el sostenimiento de mi madre y atenciones para mí. Trabajo en casa solo por la mañana y por la tarde como sé algo de mecanografía, voy a ayudarle al secretario del ayuntamiento para aprender y si acaso a emplearme, aunque sea solo de auxiliar siguiendo así hasta el 23 de Agosto del mismo año que un amigo de la mili en Teruel que era secretario y que ejercía en Valdetormo, es movilizado y me manda recado por si me interesa su plaza hasta su desmovilización; este amigo llamado José Palencia Fuster, ya sabía que yo dominaba la máquina de escribir, que en asunto quintas, registro, archivo y Juzgado, ya estaba impuesto por haber trabajado dos años y medio en las oficinas de la Caja de Reclutas y en un Juzgado de la auditoría militar; así que acepté su ofrecimiento y al día siguiente, con una maleta y cincuenta pesetas en el bolsillo, me desplazaba a pie hacia Valdetormo del que me separa de mi madre unos 23 Km. y sólo a seis por caminos de Torre del Compte, donde se encontraba mi hermano Melchor, ya casado en aquellas fechas.

La madre volvía a quedarse sola en casa, pero esta vez de forma muy distinta; la veía que se quedaba plenamente satisfecha, contenta y orgullosa de mí por que veía y creía en mi aptitud y capacidad para el desempeño del cargo de Secretario, de cuya dedicación pronto fue enterado el pueblo.

Al encontrarme tan cerca de donde estaba Melchor, eran frecuentes las visitas que les hacía, a la vez que consultaba con el Secretario de la Torre, llamado Florencio, las dudas que mi nueva actividad, la de Secretario, me planteaba. A poco de haber tomado posesión, justamente un mes, fui a casa a las fiestas mayores y mi madre no cabía en su cuerpo de contenta que estaba al saber por mi mismo que no tenía dificultades en el ejercicio de mi función y de lo bien acogido que había sido por los vecinos de Valdetormo. En aquellas fiestas en casa un rico y buen amigo mío de Fórnoles, Rogelio Ferreró Conchello, que para demostrar de cuanto dinero podía hacer alarde, bebía y convidaba a manos llenas por lo que mas de medias fiestas las tuve que pasar en cama embriagado.

En el mes de Noviembre de 1.943 y en el pueblo de Torre del Compte, llega al mundo la primera hija habida del matrimonio entre mi hermano y Antolina, pocos días después, mi madre ilusionada por conocer a su primera nieta Dorita, se desplaza y como es costumbre lo hace andando.

Dos o tres días mas tarde regresando de nuevo a casa, le sorprende una tromba de agua procedente de lluvia. Se cala hasta los huesos. No tiene al alcance ningún refugio para poder protegerse del diluvio, y además tiene que cruzar el río Trastavins con agua hasta las rodillas, si no quiere quedarse aislada y pasar la noche en alguna casa de campo o cueva. Ya tarde llegó a casa, sudada, sofocada y cansada. Por otra parte mi madre, en ocasiones recuerdo que cuando se cansaba, nos cogía la mano, nos la ponía sobre su corazón y su latido era tan intenso y fuerte que lo notábamos de inmediato.

Un Domingo de Diciembre del mismo año, se que mi madre se encuentra enferma en casa de mi hermano en Torre del Compte; voy a verla y me entero de lo ocurrido y relatado en el punto anterior. La enfermedad que padece le afecta al corazón, se le hinchan las piernas, los pies, se fatiga, en cama ha de estar recostada y el único medicamento que le han recetado son unas gotas para el corazón. Yo la visito con frecuencia pero me preocupa y alarma porque cada vez la encuentro peor. Hablamos con el médico y nos informa que la madre esta muy grave. Que tiene muy débil el corazón, única enfermedad que padece y que el fatal desenlace se aproxima.

Su estado se iba agravando, cada día se encontraba peor, y al fin ... lo irremediable. Su corazón perforado de parte a parte con espadas y estiletes que se le clavaron a la perdida de cada uno de sus hijos, sin excluir a Santiago y Elena, que también los consideraba como hijos suyos y que nunca mas los volvió a ver. Un punzón clavado en su herido corazón, fue la desaparición en combate de su tercer hijo Juan José, durante la Guerra Civil Española, en el frente de Levante; y por fin la puñalada recibida a la muerte de mi padre ocurrida ocho meses antes.

Y conociendo todos nosotros como eran y se comportaban el uno con el otro; de como se entendían y manifestaban el gran amor que se profesaban, de antemano sabíamos todos nosotros, que de ellos, el que sobreviviese al otro, no podría resistir por mucho su ausencia y que antes del año también tomaría el camino que conduce al abismo de lo desconocido, al descanso eterno en la paz del Señor y la Gloria soñada, deseada y merecida por los dos, y desde allí, desde el infinito, cogidos de la mano, se encuentran junto a los dos hijos fallecidos hermanos nuestros, y velan desde el Cielo por nosotros, en el que como adelantados nos han reservado un asiento en el confín de su morada, y proseguir allí, unidos como en casa, toda la dicha y felicidad soñada.

La madre nos dejó para siempre el día 2 de enero de 1.944 cuando tenía exactamente 55 años y 5 meses, habiendo recibido cristiana sepultura en el cementerio de Torre del Compte.

 

Castellón, Octubre de 1.988

Joaquín Ferrer Gauchola